domingo, 19 de febrero de 2012

Amodioa


Puede que no haya amor más auténtico que aquel que nunca fue revelado a nadie. Seguramente por eso me viene ahora a la memoria la fascinante historia del poeta Khalil Gibran, y es que parece que el amor más grande de su vida fue con una mujer a la cual nunca vio en persona; posiblemente fuera también un amor que nunca fue revelado a nadie, o por lo menos que nunca fue descrito a otra persona con toda su intensidad y con toda su profundidad. Da igual que en nuestra vida haya un marido, una mujer, un amante, una amante, un ser muy físico o un ángel humano, da igual que sea una persona de carne y hueso o alguien muy etérico e inmaterial; porque lo que provoca y convoca siempre ese amor es el encuentro, la comunión, el abrazo, la fusión, y da igual que eso se produzca a través del hecho físico o a través de los finos hilos de la distancia. No es cuestión de verse o no verse. Personalmente creo que en el amor, sea de la naturaleza que sea, la verdadera fusión y el verdadero encuentro es de uno consigo mismo, y no me estoy refiriendo al componente narcisista, sino todo lo contrario, uno consigo mismo quiere decir que hemos comprendido la verdadera naturaleza del amor, que no es otra que caer en la cuenta de que ese amor es algo que mora dentro de nosotros. Como decía también Gibran en una de sus famosas sentencias: “conocí un segundo nacimiento cuando mi alma y mi cuerpo se amaron y se casaron”. Así es también como yo lo siento, como yo lo veo, así es como yo lo vivo.

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